capotes de torero

La importancia de los capotes de torero

Se dice que el toro de hoy embiste a los capotes de torero y no al personaje, pues la agresividad es una respuesta al peligro. El primer rector de la UCO nos recuerda sus investigaciones sobre la bravura.

Hace 43 años desde que el profesor Castejón, siendo el primer rector de la UCO en 1972, afrontase el primer y único estudio de la bravura de los toros, con la colocación de electrodos intracerebrales. Y este mismo profesor, volvió a darnos una gran lección de ciencia en el Curso del Toro de Lidia de Cordoba.

Comparando los viejos y modernos miuras, joselitos, belmontes, manoletes y ponces, Castejón repasó las diferencias entre la lidia de ayer y de hoy, desde un punto de vista únicamente científico, aunque no falto de anécdotas y comentarios. El profesor recordó como a comienzos de los años 60 un equipo de científicos, encabezado por el profesor Rodríguez Delgado, afincado en EEUU, confirmaron experimentalmente, dónde se hayan los centros motores de la agresividad y de la mansedumbre en la corteza cerebral de los toros de lidia. capotes de torero Para ello aqui contaron, con la colaboración de un ganadero, Ramón Sánchez Rodríguez, que cedió su finca, su personal y un ejemplar, que se agregó a los cuatro bravos y dos mansos, adquiridos por el Ministerio de Educación para el primer y único proyecto en la historia, que se ha introducido de esta forma en el cerebro de los toros.

La agresividad es innata al toro bravo, pero es sencillamente la respuesta a un estímulo de peligro, que posee una respuesta somática caracterizada por la subida de adrenalina, o una expresión de la conducta predadora, que la carcateriza un aumento de aceticolina, pero que mantiene al animal más tranquilo. Castejón nos aclara que en los años 40 y 50, el estímulo era el torero y ahora es el capote. Ese comportamiento diferente, se encuentra en la selección genética y el entrenamiento que han ido haciendo los ganaderos, con la aportación de los investigadores, hasta lograr un toro que no mira al torero y que nada más embiste al capote. La diferencia hoy, según Castejón, «es que no hubiera ocurrido aquello que pasó cuando un ganadero Miura, se enteró de que Joselito había tocado las orejas de uno de sus toros. Entonces ordenó sacrificar a la vaca». No valían los mansos, cuando los mansos eran como los que hoy saltan a la plaza y dejan al torero escapar si tira la muleta o el capote.

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